martes, 7 de febrero de 2012

LA SENCILLEZ DE LA DIVINIDAD



Como madre amorosa les hablo para contarles una bella parábola. Era que había un hombre del que contaban que era muy sabio al cual alababan y rendían culto, le ofrecían manjares y riquezas y él las aceptaba con placer pues le gustaba sentiré reconocido. El hombre sabio entro en costumbre de que cada vez que alguien demandaba su acción, le pedía remuneración, está cada vez era más alta, pero como la fama lo precedía, las gentes se esforzaban por buscar lo que él les demandaba, para poder llegar a la sabia resolución del problema planteado, así pasaron años y el hombre sabio se enriqueció de tal manera, que ya no quería tener más consultas, pues le quitaban descanso y como sus riquezas ya eran incontables, no temía quedarse falto de ellas.

Un día apareció en el pueblo un joven mendigo, harapiento y con cabellos revueltos, la verdad es que la higiene no era su mejor presentación. Las gentes lo despreciaban porque lo creían un vago, al que no le importaba esforzarse aun siendo tan joven, para mejorar su situación. En una tarde de pleno verano y estando un@s niñ@s jugando a la orilla de un gran lago que adornaba el pueblo, se escucharon gritos de espanto, ya que algunos de l@s niñ@s se habían caído al lago, que tenía una gran profundidad y corrían peligro de ahogarse. El joven mendigo acudió raudo a socorrer a l@s que estaban en peligro y un@ a un@ l@s fue sacando a tod@s, nadie le dio las gracias y sin embargo le hicieron ofrendas al hombre sabio, porque creyeron que él había intercedido, no molestándose en negarlo y aclararlo, pues solo el ego de saberse indispensable lo mantenía en pura soberbia.

El joven siguió con su humilde vida y un día en la plaza del pueblo escucho a las gentes implorando por la salud del hombre sabio, pues había caído en enfermedad, vinieron refutados galenos de otros rincones del País, pero ninguno supo que era lo que lo aquejaba. El joven mendigo pidió permiso para visitarlo y le fue denegado, pues al contario lo despreciaron, él insistió y por una puerta trasera una sirvienta lo hizo pasar al recinto donde se encontraba postrado el hombre sabio, se encontraba adormilado, muy pálido y cansado, el joven se acerco y le tomo la mano izquierda, poniendo su palma hacia arriba, él joven coloco su mano derecha sobre la palma del anciano y poco a poco una radiante Luz inundo toda la estancia. El anciano sabio abrió los ojos y estas fueron sus palabras “Maestro como te has apiadado de mi? Si he sido avaricioso y me he negado a ayudar a mis conciudadanos, cuando me he sabido enriquecido por las riquezas que ellos mismos me habían ofrendado, no soy digno de que tú te acerques a mí y me infundas vida eterna” El joven acercándose más a él le dijo suavemente al oído “La verdadera sabiduría no tiene precio, solo se comparte con los iguales a un@ mism@. Yo solo he compartido la mía contigo” Y se marcho sin que nadie hubiese visto el “milagro” que fue capaz de hacer. Pasaron unos días y el anciano sabio iba mejorando día a día, tanto  en su salud física, como  en su forma de hacer y compartir con l@s demás, volvió a ser el hombre sabio de antaño, sin importarle riquezas mundanas, ayudaba a todo el que así se lo demandaba y no quería nada a cambio, si no un solo abrazo de gratitud.

Fueron pasando los años y el anciano marcho hacia el otro lado de la vida, al llegar al portal de una mansión enorme y majestuosa, se encontró con las puertas cerradas, toco al timbre, pero nadie le abría, desesperado de tanta espera camino hacia un bosque que había no muy lejos de allí, al fondo vio una casita humilde, pero en la que se visualizaba que contenía vida, llego delante de la pequeña puerta y llamo con los nudillos de su mano derecha, la puerta se abrió y le flanqueo el paso el joven mendigo que le había devuelto la vida cuando estuvo tan enfermo, el anciano quedo estupefacto al reconocerlo y saliendo de su asombro le dijo “Maestro que haces en esta humilde casa, si tu sitio está en la gran mansión que hay más allá del bosque?” El joven mendigo, que ya no portaba ropajes inmundos, si no una túnica blanca impoluta y a su cintura un cordón de oro, así como sus cabellos limpios dejaban ver su bello rostro, sus ojos eran color miel y una sonrisa inundaba el lugar, abrazo al anciano y le dijo “No necesito de mansiones lujosas, mi sitio está en la mejor de ellas que es el corazón de l@s que creen en mi”  Se fundieron en un abrazo y en simbiosis formaron un núcleo iriscente de luz blanca.

Aquí termina la parábola y como habrán comprendido les he hablado de la soberbia y de la sencillez, para mostrarles que al final de la etapa de vida escogida como lección, volvemos a la misma esencia Divina y que el amor que despierten en los corazones no tiene parangón con las riquezas materiales que les puedan ofrecer, nunca hagan trueque con ello, pues la perdida sería superior a las ganancias, ya que el verdadero milagro de la vida, está en el sentimiento que nace en los corazones puros y sencillos, que no pretenden ser el centro de atención, si no estar ahí para cuando sean necesarios sus servicios.

Gracias amados hij@s por la atención y la intención de ser sencillamente Divinos. Les envío  Amor hecho suspiro. Oncara.


Canalizado con respeto y Amor por Inés.

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